martes, 25 de septiembre de 2018

Nudos de garganta.


Cierro los ojos y empiezan sus preguntas.
Quieres verme ser todo corazón
y que reconozca un poco de sinceridad
entre tanto silencio acumulado.

Deja que me siente
y me ponga cómoda en la cama,
que tome un poco de aire
antes de enfrentarme a mí.

Tiemblo.

-    ¿Qué sientes?

-    No siento nada.

-    Deja de mentirme.

-    No lo hago.

-    Dime, que sientes si escuchas su voz.

-    Recordaría su risa, me parecía infantil, sincera y bonita. Lo que nunca le dije es que con sus espasmos conseguía hacer que me olvidara de todo cuando reía de esa manera tan natural, tan suya. Me volvía loca.

-    Te sigue volviendo loca, admítelo. Piensa en sus labios, su forma.

-    No los llegué a probar, porque no me dejó oportunidad. Aunque sé que siempre le habría pedido más.

-    Voy a profundizar un poco más con las preguntas.

-    No quiero responder.

-    ¿La quieres?

-    No, he dejado de quererla.

-     ¿La quieres?

-    No, repito.

-    ¿Y porque veo en tus ojos que me mientes?

-    Porque es mejor así, porque no quiero responder tus estúpidas preguntas. Porque si te digo que la quiero estaré volviendo atrás. Y ella tiene que irse.

-    ¿Esta vez te vas a rendir? ¿Tú que me has enseñado a luchar por lo que quiero?

-    Sí, me rindo porque ya no tengo un arma más fuerte. Porque no tengo más respuestas. Porque se ha ido y no va a volver. Porque a veces uno tiene que morir para que otro siga viviendo. He aceptado que esta vez, no puedo ganar.


“Y te mueres,
te estás muriendo…
estás dejando de latir tan fuerte,
y no es eso lo que de verdad quieres”

Es lo último que escucho
antes de levantarme
y salir de la habitación
huyendo de aquella tortura.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Autoterapia.


Tengo un tatuaje
del que nadie sabe,
del que nadie conoce
dónde se encuentra.
Que no se puede tocar
y tampoco puede verse.
Pero si me tratas bien,
aparece delante de ti.
Te deja que firmes
con tus inciales.
Que lo acaricies.
Y luego vuelve
pero a esconderse,
de la oscuridad.

Mírame.
Soy yo.
Es mi piel.
Con cada firma
y cicatriz
de lo que he llegado a soportar
y lo que nunca
deja de sorprenderme.

La vida, sí, esa tan puta
me sigue poniendo a prueba
y cada vez
me muestro más fuerte,
más indomable
a ese dolor que experimentamos
cuando algo nos consume.

Con los años
me he pasado al otro bando.

Si quieres una señal, aquí la tienes.
Me estoy rindiendo.
No conmigo, sino contigo.
Quiero elegirme a mí
antes que a nosotros.

Voy a empezar a correr,
atrápame,
y quiéreme
si puedes
y quieres
antes de que
nunca más vuelva a ti.

Porque créeme,
no daré marcha atrás.

Y sólo tú,
te pierdes lo mejor de mí
que puedo darle a cualquiera
que quiera mi hueco y mis ganas.

Porque como yo cariño, no hay nadie.
Que no me van a llegar ni a los talones.

Te quiero,
pero quizás
tú no nos quieras tanto.

Que casualidad.

 
Las puertas han quebrado,
aunque mejor queda decir
que las he atrancado
con más muros de seguridad
por si apareces otra vez
y vuelves a derrumbarme
sin que te tiemble el pulso.

Ya no necesito coger ese avión,
no necesito darme cuenta
que en el último segundo
tú has tomado otra dirección
y sólo has pensado en ti.

Qué casualidad,
que cobarde,
ves arder toda la incertidumbre
y dudas de cosas indefinidas
sin mapa de ruta
y decides
que
es más sencillo tirar la toalla.

Tenía ganas
de seguir intentándolo,
de jugármela
porque ni si quiera yo,
veo claro que día hará mañana
o qué futuro me depara.

Ahora te observo,
sin que puedas tocarme
de esa manera
por la que siempre
te cuelas por mis venas.

Las sombras te han pesado
más que todas nuestras luces de neón.

Los laberintos de mi cabeza
están cesando: me piden que me vaya.

Déjame a mí que ahora huya de ti.
No recordar tu nombre al despertar.
No volver a coger las llaves de la puerta
y esperar dentro de brazos cruzados
para ver como lo vuelves a tirar todo
lo que he construido
desde que te agarraste
a la cuerda conmigo.

Estoy cansada de remar,
de cruzar un río que se resigna
a caer cuando su cuerpo
o sus fuerzas
no responden,
en vez de apoyarse en mí
para evitar adivinar
lo que escapa a su control.

A sentir.
A equivocarse.
A conocerme.

Escucho manos en alto,
que las pueda ver,
de rodillas,
agacha la cabeza.
Y recibo el golpe de realidad.

Suficiente es ya la excesiva lucha
contra lo que escapa
de mi propia voluntad.

Tú.

Como sé que ya no me lees,
es hora de dejarme sangrar
para aliviar todo lo que ya no puedo decir en voz alta.

Resiliencia.


He decidido callarme. No hablar de nada. No pensar. No actuar. No esperar. Mirar por la ventana y seguir como los millones de razones que se tiene para continuar y decirle a todos lo de puta madre que estás. Que la cafeína sigue siendo mi mejor amiga contra esa ansiedad profunda. Que la música me calma cuando necesito paz. Que mi cuaderno y mis letras son mi cabeza en su más estilo laberinto de incertidumbres. No puedo decir dónde está mi corazón, ni siquiera yo lo sé. Supongo que se está ahogando y estrangulando con esa soga que tanto ha intentado evitar. Matando cada parte de ilusión que le queda en medio de tanto alboroto. Necesita un trago de tequila, y yo un poco de pausa.