viernes, 18 de noviembre de 2016

Tóxico.





Había oído hablar de ese cosquilleo, ese que empieza en la punta de tus de tus dedos y acaba en la espina dorsal de tu espalda, recorriendo una a una tus costillas, pasando desde tus costados hasta tus dedos nuevamente, un vaivén bastante irreal pero al mismo tiempo verídico. Porque ese simple cosquilleo es capaz de hacerte perder toda razón, el lugar deja de tener importancia, el momento, el día e incluso la hora pierden sentido.

Ese cosquilleo alimenta todo tu sistema nervioso y por un instante, solo por un instante dejas de preocuparte por si respiras o no, o por si el motor central sigue latiendo.

Es cierto, todos son gestos involuntarios, movimientos que ni siquiera controlas pero eres consciente de que están ahí. Bien, en un momento así dejas de ser consciente de cada movimiento involuntario de tu cuerpo, dejas de ser consciente hasta de los movimientos que haces de manera voluntaria.

La falta de aire empieza a preocuparte pero no para mal, todo lo contrario, te alegras hasta de tener esa falta de aire, de dejar correr todos y cada uno de tus sentidos, porque al otro lado hay alguien capaz de agarrar algo tan simple para terminar por corromper esos sentidos. No hay nada ni más vacío ni más lleno, solo está ese cosquilleo recorriendo tu cuerpo, pasando incluso por tu interior.

Todo un recorrido acompañado también por una especie de escalofrío que mezcla la parte más fría con la más intensa, esa parte intensa que no consigues atrapar, ni detener pero tampoco consigues describir. Todo ese cosquilleo, ese escalofrío, esa mezcla de sensaciones pude experimentarlas, una a una, paso a paso, alterando por completo mi manera de ser. Pero olvidaba algo, algo de lo que no había oído hablar. ¿Sabías que existe también un límite infranqueable, una línea que separa lo pura y sanamente intenso de lo más desabrido, seco y vacío? Pues sí, existe y también pude experimentarlo. 

Todo ese cosquilleo, todas esas sensaciones y esos escalofríos dejaron de tener sentido, lo que creí que en su día estuvo lleno, en aquel momento se volvió vació y oscuro. Mi cuerpo dejó de responder, se volvió también desabrido, todo se perdió. De un momento a otro, todos esos momentos que pude haber compartido contigo se perdieron.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Todo lo raro y singular, para los raros y singulares.


Hicimos el amor hasta ver cómo se extinguía la luz del sol, y luego nos quedamos dormidos, y nos despertamos en plena noche hambrientos, con ganas de más. Y entonces el sexo fue salvaje, y ruidoso, y exactamente como habían sido siempre las cosas entre nosotros en nuestros mejores momentos: sinceros.

Por el momento, mi apetito se había saciado, y abrí el cajón de mi mesita de noche para buscar un bolígrafo. Me acurruqué junto a ella y volví a escribirle el tatuaje en la cadera: «Todo lo raro y singular, para los raros y singulares». Esperaba poder ser ese alguien raro y singular — un animal salvaje recuperado, irresistiblemente reformado— que ella misma se merecía.