miércoles, 16 de noviembre de 2016

Todo lo raro y singular, para los raros y singulares.


Hicimos el amor hasta ver cómo se extinguía la luz del sol, y luego nos quedamos dormidos, y nos despertamos en plena noche hambrientos, con ganas de más. Y entonces el sexo fue salvaje, y ruidoso, y exactamente como habían sido siempre las cosas entre nosotros en nuestros mejores momentos: sinceros.

Por el momento, mi apetito se había saciado, y abrí el cajón de mi mesita de noche para buscar un bolígrafo. Me acurruqué junto a ella y volví a escribirle el tatuaje en la cadera: «Todo lo raro y singular, para los raros y singulares». Esperaba poder ser ese alguien raro y singular — un animal salvaje recuperado, irresistiblemente reformado— que ella misma se merecía.

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