Respiro la sensación de tristeza de la que muchos me habían hablado y de la que nunca antes había tenido el placer de conocer, pero esta vez, siento como se derrama y me produce una enorme quemazón en el pecho.
Siento como recibo cada golpe, los hematoma bajo el costado, la costra seca de la sangre, la piel gastada de tanto llover sin que nadie pudiera verme.
Todos tan ciegos y sin luz dentro de esta cárcel sin barrotes.
El mundo está inundado de demasiada gente rota y poco lleno de la que nos recompone. De las que nos abren las camisas de fuerza y nos obliga a respirar, a no caer, a levantarnos y seguir luchando por salir a flote, sí, como un barco acorazado.
Hoy me ha apetecido quitarme la máscara de cobrador del frac, de sicario, de traje y corbata, de militar, de soldado y sobre todo de actor de doblaje.
Quiero que veas
que también
soy débil y vulnerable.
Sí, lo soy.
Lo somos.
Estamos rotos.
Estamos cosidos
y remendados
una y más de mil veces.
Guerreros de piel rota
y maltratada
pero siempre
con una muda
en la que volver
a renacer.
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