No sé si esto fue amor
o un castigo que elegimos con los ojos cerrados.
Te pienso con la boca aún llena de ti,
con las manos que no han dejado de temblar desde la última vez que nos tuvimos.
Te pienso con rabia.
Con deseo.
Con amor.
Con miedo.
Tú eras mi fuga.
Mi herida.
Mi oxígeno entre la asfixia de esta vida que no elegí del todo.
Y yo era tu secreto más sucio.
Ese que sabías que podía matarte…
y aún así, volvías.
Te desnudé como quien se despide del mundo.
Te desvestía como quien reza antes de morir.
Te besaba con rabia, con miedo,
como si supiera que era la última vez.
Y aún así, siempre había una última vez más.
Y cada vez que entrabas en mí,
algo dentro se rompía…
pero no podía soltarlo.
No todavía.
Amarte fue como vivir escondida en una casa en llamas.
Y aún así, me quedaba.
Por ti.
Por nosotros.
Por ese lugar imposible donde no existían los demás.
Donde no existía el juicio, ni el miedo,
ni el apellido de otra persona en tu boca.
Pero después venía la luz.
Y la culpa.
Y tu nombre junto al suyo.
Y el mío pronunciado en otra cama.
No…
no quiero seguir viéndote marcharte cada vez con la espalda tensa
y el corazón partido en dos.
No quiero seguir fingiendo que esto no nos está destruyendo.
Así que hoy, por fin, me voy.
Te dejo.
Antes de que me odies.
Antes de que me olvides en defensa propia.
Antes de que esta historia que nos quema se convierta en ruina.
Sigue tu vida.
Haz lo correcto.
Ama sin esconderte.
Deja que te toquen sin temor a que tiemble el mundo.
Y si alguna noche, cuando nadie te mire,
te encuentras llorando por algo que no puedes nombrar…
no me llames.
No rompas lo que aún se mantiene en pie.
No busques mis manos donde ya no estarán.
Porque ya no estoy.
Ya no puedo estar.
Solo soy el recuerdo del fuego que te quemó cuando más frío tenías.
Y si alguna parte de ti todavía me pertenece,
si alguna parte de ti aún tiembla al recordarme…
guárdalo para siempre.
y no lo digas nunca.
Fui el único lugar donde no tenías que mentir… y por eso mismo,
tuviste que dejarme.