jueves, 15 de noviembre de 2018

Cara y cruz.


Nacimos en medio de una tormenta
de circunstancias inesperadas.

Tú me desnudaste con solo mirarme,
y a mí me bastaron dos palabras
para ahogarte conmigo en este juego suicida.

No quiero saber quién toca tu cuerpo,
quién saborea esos labios
llenos de mi nombre.

Lo sé, sin duda.
Sé quién es tu nueva víctima,
pero no quiero mirar.

Me estrangulas con todas tus fuerzas,
y no entiendo por qué
vuelves a atravesar mi pecho,
lleno de cicatrices mal cosidas.

Te subes sobre mí,
y siento cómo te engrandeces
al saber que me tienes,
al saber que te deseo,
al sentirme completa contigo.

Echas la cabeza hacia atrás,
apoyando tus brazos sobre los míos,
inmóviles, doloridos, amoratados
por la presión de tus dedos.

Me sumerjo en el fondo del infierno.

Recibo golpes cuando me agarras el costado
y apuñalas,
apuñalas mis recuerdos
para volver a atarme
al hilo de tu cintura.

Pasas la lengua por el borde de mis labios,
pidiéndome más,
que hiera tu saliva aún más adentro.

Agarras mi rostro,
me obligas a mirarte a los ojos,
a no renunciar a ti.

Abro los ojos,
alzo la mano
y te aprieto fuerte el cuello,
casi acariciándolo.

Otra vez esa risa nerviosa.

Aprieto.

Caigo con mi pulgar sobre tu lengua
y vuelvo a besarte una vez más,
desafiándome,
dándome la voluntad
de no resistirme a caer
antes de verte morir.

Has expirado de mi piel
con tu último aliento sobre mi boca.

Quererte ya no se parece a una guerra.

Tus monstruos ya no habitan en mi cabeza,
ni carcomen mi corazón.

Aquí yaces, con todas mis caras
y mis cruces.
El resto es cosa mía.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Delirio somático.


Siento la sangre desbocada en mis venas.
Me ahoga este deseo.
Me asfixia la incertidumbre.

No puedo respirar ni zafarme de sus garras.

Otra vez suena el despertador.
Vuelvo a escuchar ese pensamiento
que me recuerda que aún te echo de menos.

Pero no puedo dar un paso atrás,
no debo hacerle caso
a este corazón desequilibrado.

Una parte de mí dice sí,
ve por ella.

Y la otra susurra déjalo ir,
no te lo mereces.

¿No crees que mereces más
de lo poco que te dan?

Y en ese choque exploto,
entro en shock,
bloqueo de metal,
metástasis paralizadora
que invade todo mi cuerpo.

Cuento...
y en segundos
vuelvo a vomitar recuerdos
hasta perder el control
de mis emociones.

He dejado la habitación hecha un caos,
un charco de fragmentos
de la historia de tu cuerpo con el mío.

Amándose,
clavándose uñas,
mordiendo sábanas,
y estallando en catarsis
hasta reventar de risa,
esa risa que te escapa
al final de cada gemido,
después de correrte
pegada a mi cuello.

Meto los dedos en la boca
y sigo vomitando.

Tienes que irte de alguna forma.
Deja de hacerte daño.
Basta con una vez.
Para ya.

Odio la cruz que arrastro,
esta atadura sentimental a tu veneno.

No soporto la locura
de escribirte a todas horas.

Cállate, deja de mirarme con esos ojos, Salomé.
Deja de cambiarte de vestido
en otras camas por la noche, Roxanne.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Empty space.


 

Parar la rutina tiene sus efectos secundarios.

Porque cuando dejas de dejarte llevar por la vida,
todo se vuelve un tiempo limitado
hasta que, inevitablemente, explotas.

Regresa ese parche que tanto intentabas taponar
entre montañas de cansancio.

Acostarte agotada para no pensar
es la excusa perfecta para no darte el tiempo
de asumir la realidad:
la ausencia de quien decidió irse,
quien decidió no quererte más.

Aceptar duele,
y duele aún más cuando no te permites
detenerte y darte ese tiempo necesario
para sacarlo de tu piel,

para hundirte un día en la cama
con tus pedazos rotos.

No va a volver.

Aunque mi corazón quiera otra cosa,
aunque anhele tirar de la cuerda,
aparecer en su cabeza o en su puerta... no puedo.

Sí, te quiero a rabiar.

Me asusta mi sinceridad desnuda,
sin mensajes ocultos ni excusas.

Porque amar también es querer ver feliz
a quien amas,
y yo quiero verte feliz,
con toda tu locura y tu desorden.

No imaginas cuánto te echo de menos.

Hoy debía ser el día
de resolver dudas,
de dejar atrás negaciones.

He librado mi propia batalla,
y la espada que escondía
ha atravesado mi eje por completo.

Basta de tapar agujeros,
de ocultarme tras una coraza,
de contener la explosión
cuando más lo he necesitado.

No sé qué quiero de la vida,
ni qué deseo para mañana.

Lo único que sé con certeza
es cómo me siento, y que siento,
aunque a veces intente esconderlo
para no cerrar esta historia.

Ya no quiero llenar este vacío
de ninguna otra manera.

Ya no quiero mentirle a nadie,
ni a mis amigos,
ni a mí misma.

Sobre todo a mí.