Aprendí que no todo tiene por qué tener un final degradante
o desagradable. Siempre detesté los finales por el mero hecho de que me dejaban
en un estado del que siempre, absolutamente siempre me costaba salir. De esos
finales en los que te ahogas y ni siquiera sabes cómo salir a la superficie.
Sí, en efecto, esa era la sensación. Pero entonces, sin más, una noche volteas
tu rostro y ahí está, alguien caminando a tu lado, con las manos en los
bolsillos, en silencio, diciendo nada y todo a la vez. Porque no hace falta
nada más, está ahí, sin hacer preguntas, sin dejar reproches, simplemente
caminando y vigilando que estés a gusto. Entonces entiendes que aunque la noche
haya sido común y normal será mil veces más diferente que todas las demás, será
una noche en la que recordarás a ese alguien a tu lado sin pedir nada a cambio.
Escribes muy pero que muy bonito.
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