Por las noches, busco tu cara en la oscuridad, siento tu lengua en mi piel, y tus ganas de jugar. Sé que te gusta. Sé que te pierdes en los laberintos de mi cuerpo, y que quieres más que mi ropa: me quieres entera. Para llenarte. Para perderte. Para rendirte. Quisiera tenerte encima, sentir tu humedad entre mis dedos, probarla en mi boca, saborearte. Me excitas. Escucho mi nombre en tu voz, cómo lo gimes, cómo lo suplicas. Y entonces lo oigo, lo que más me enciende: que soy tuya. Que siempre lo he sido. Ojalá, algún día, la culpa me castigue por dentro, me consuma, me destruya, por todo lo que pienso. Por todo lo que deseo. Por todo lo que quiero hacerte cuando te follo en mi mente.
Aquí no se escribe bonito, se escribe real: con fuego, con rabia y ternura desde la herida abierta y el deseo vivo. Este es un refugio para palabras que arden, cicatrices que hablan y un alma que no calla. Escribir aquí es sobrevivir, sentir sin miedo, vivir sin filtros. Si ardes por dentro, aunque no se note, este es tu lugar. Porque arder es mi idioma, y escribirlo, mi forma más honesta de existir.
viernes, 9 de diciembre de 2022
Animales nocturnos II.
viernes, 24 de diciembre de 2021
Hogar.
Pequeño gigante de hierro.
viernes, 19 de febrero de 2021
Begin again.
sí de oveja negra se trata,
mi nombre aparece en el diccionario.
Aparece cargado de automatismos y expectativas
que estoy cansada de asumir día tras día.
Estoy agotada de no poder equivocarme,
de no gobernar mi vida por mis decisiones
y mis propios juicios morales
(porque siempre habrá alguien queriendo opinar),
de no poder llorar,
porque las preguntas no me dejan respirar.
Entre esto y otras cosas,
he decidido rendirme.
He decidido rendirme
porque no quiero envenenarme más.
Porque ahora lo único que necesito
es que alguien me pregunte cómo me siento,
si soy feliz,
y que me haga preguntas sinceras y relacionadas,
pero que hace mucho tiempo que nadie me hace.
Quiero poder mirar a mi pareja
y decirle que todo está bien,
que no siento esa presión en el pecho,
que sólo tengo ojos para este momento,
y no esas ganas de huir de algún lugar
porque no dejo de pensar
en todas las cosas que me pesan en la cabeza.
Quizás esto me lo escribo a mí misma,
porque hace tiempo que me abandoné,
que no me he dado el valor que merezco,
y porque olvidé querer a la persona más importante:
a mí.
A la que se mira al espejo
y se odia cada día
por haber fingido lo que no es,
lo que no quiere ser,
lo que no necesita ahora mismo.
Pero también me admiro,
porque soy tan fuerte que sigo adelante,
sin necesitar medicación
para soportar los golpes, día tras día,
y sin olvidar cómo sonreír.
Y entonces, un día,
empiezas a vivir de nuevo.
Te perdonas,
reinicias,
y encuentras paz
miércoles, 12 de agosto de 2020
Watermelon sugar 🍉
Y sin saber qué hacer conmigo, acabé encontrándote a ti. Encontré en ti esos pequeños momentos de felicidad que sigo coleccionando, como si fueran tesoros; encontré todas esas canciones que ahora nos acompañan, creando videoclips mentales que me hacen sonreír incluso en los días más grises. Al final, siempre consigues arrancarme una sonrisa, por mucho que te cueste. Y eso, precisamente eso, es lo que me tiene enamorada de ti: toda tú, con tu locura desbordada, con esa risa que contagia y ese caos tan parecido al mío. Podría acostumbrarme a ti las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año. Despertarme y ver tus ojos mirándome como si quisieras quedarte en mí para siempre. Soy tan tuya, tan de ti, que no quiero volver a cambiar de piel. Te digo en broma que a veces imagino un futuro incierto, y ahí estás tú, sonriendo. Será porque así quiero imaginarlo: contigo. Siendo feliz al escuchar tu nombre cada mañana, viéndote prepararme el café antes de salir corriendo al trabajo, sabiendo que después podré llamarte solo para escucharte reír. Me gusta mucho ese futuro en el que nuestra magia sigue intacta. Y es que el tiempo se ha pasado tan deprisa… tantos días, semanas, meses, y ya casi un año desde que te conozco, que no me he dado ni cuenta del paso del calendario. Pero aquí sigo, existo, y estoy para volver a elegirte cada 7 de diciembre. Y no se me olvida lo felices que nos hacemos, porque no hay mejor equipo de rescate que el nuestro. Me has querido tanto, que ni siquiera necesitaste un manual de instrucciones —ese que tanto buscabas sin encontrar—. Con tu intuición, con tu forma de mirar, con tus abrazos que parecen hechos a medida, fuiste encajando cada una de mis piezas. Y lo lograste: me reconstruiste. Resulta que tu sonrisa es el lugar donde todo empieza a sanar.