¿Está bien perder la cabeza
cuando aún me persiguen recuerdos?
Me quejo de mis monstruos,
pero acabo invocándolos por su nombre,
llamándolos a regresar,
a buscarme en ese rincón
donde guardo quien fui:
alguien sin corazón,
que no sentía,
que no ardía al tocar el fuego.
Esa parte enterrada
desde que la conocí a ella.
Me quedo mirándome, otra vez,
en tus ojos,
buscando los míos
sobre esta almohada
que sostiene un pulso tambaleante.
Sé que no debo,
pero caeré.
Me asusta que ella tenga razón,
me asusta no poder detenerme
en esa boca que aún no he besado lo suficiente,
de la que quiero más.
Escuchar tus gemidos más fuertes,
más "sí" en mi oído,
más "joder" sobre mi boca,
más "no sabes cuántas veces lo he imaginado",
y ocultar lo que me enciende,
más "me voy a correr",
y querer que no pares.
Hasta que me agotes.
Me consumes las pocas fuerzas que me quedan.
Pero me besas de nuevo
y recuerdo por qué estoy contigo,
por este instante incómodo entre risas,
porque te sobra ropa y te falta tiempo.
Demasiado ruido en un momento:
alarmas, llamadas, gemidos, jadeos, risas...
Parece que el universo
no quería vernos así.
Me abrazas, me tratas como un animal indefenso
al que deseas...
aunque no sé qué creer,
porque mis inseguridades
me devoran por dentro.
Preguntas que golpean mi cabeza
mientras susurras con esa voz
que tanto me pierde,
ese "¿tenemos que irnos?"
acompañado de tu lengua rozando mi oído.
No busques mi punto débil,
no abras mi caja de Pandora.
¿Habrá quejas
o más besos la próxima vez?
Empieza a quererme o
termina de odiarme cuando vuelvas a verme.
Pero hoy, no,
no me mires más con ese corazón hambriento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario